Observatorio

El comercio global reinventa sus rutas

El epicentro económico se está desplazando a Asia. Europa debe construir su soberanía comercial, tecnológica y de seguridad en un nuevo mundo.

Miguel Ángel García Vega
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El planeta rota sobre la incertidumbre, como no lo hacía desde los años de la Guerra Fría. La situación resulta tan imprevisible como los puntos de vista de un caleidoscopio. Eso sí. Todo empezó antes de la invasión de Rusia. A partir de la crisis financiera de 2008, el comercio como porcentaje global del Producto Interior Bruto (PIB) dejó de crecer. La retórica contra la globalización se intensificó en 2015 y la llegada a la presidencia de Trump disparó las restricciones comerciales. Esto no es economía.

Esto es historia. “Vamos hacia un nuevo orden político y social, que deja atrás la caída de la antigua URSS”, reflexiona Jorge Dezcallar, diplomático y exdirector del Centro Nacional de Inteligencia (CNI). Y agrega: “Pero que nadie piense que el mundo se puede deslocalizar, es interdependiente. El 80% del cobalto refinado, que se usa, por ejemplo, para los teléfonos móviles procede de China. Ahora lo trascendente es que la sociedad ha aprendido que el principal motor de las cadenas de suministro es la seguridad y el valor que aportan; el precio dejó de ser relevante”. 

En algunos casos —desgrana Ignacio Marco, socio senior de McKinsey— en industrias como la textil, en la cuenca mediterránea, hablamos de España, Portugal o Turquía, por ejemplo, ya existe una infraestructura de hubs que podrían asumir parte de esta relocalización. Siempre que encajen los análisis de viabilidad económica y de sostenibilidad.

El último año, los acontecimientos se han sucedido como agua cayendo desde una cascada. En los pasados 12 meses —narra José Manuel Amor, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI)— Estados Unidos ha aumentado su presión para desvincularse de China. Y la globalización es ese pájaro negro que augura malas noticias. Anuncian su muerte, su declive, su retirada, su retroceso. Depende del experto. Sin embargo, aparecen términos nuevos. Friend-shoring (desviar la producción a países amigos) o nearshoring (naciones cercanas geográficamente). Otras formas de conectar las cadenas de suministro. Terminar con los lugares comunes. “Se suele asociar la globalización con la dependencia de China como productor y es un error. Son temas distintos”, reflexiona José Manuel Amor. “Un ejemplo: fabricar un teléfono Apple en la India en vez de en China no supone la desglobalización pues nunca se ha alterado la magnitud del comercio”. 

Que Estados Unidos se desvincule del gigante asiático tampoco significa un sinónimo de desglobalización. El planeta resulta más complicado. Tanto que los estudios varían. Unos sitúan el coste del desacoplamiento en el 2% del PIB, otros lo alargan al 12%. “Sin embargo, la geografía ha cambiado. El mundo se ha desplazado hacia la India, China, Singapur”, señala Dezcallar. “Muchos fabricantes de uso intensivo de mano de obra han trasladado los centros de producción del gigante a Vietnam e Indonesia, donde los costes laborales son prácticamente la mitad”, concede Dong Chen, economista de Pictet WM. Pero, a pesar de los efectos desastrosos que ha producido, el capitalismo no está muerto.

China quiere, por ejemplo, un modelo que sitúe por encima al colectivo antes que el individuo. Busca su propia fórmula. “A medio camino” —apunta Jorge Dezcallar— “salta una guerra fría comercial entre el gigante asiático y Estados Unidos. Ya no le vende microchips. Tampoco Países Bajos. Genera un problema serio para su desarrollo tecnológico”. Los lazos económicos no se rompen pero el comercio quedará reducido a materias básicas, con tecnología residual o de poco valor. Desde luego, la gran revolución de nuestro tiempo, la inteligencia artificial, estará fuera de cualquier acuerdo. El experto calcula que en 2023, la IA puede añadir 15 billones de dólares al PIB mundial. China manejaría siete y Estados Unidos, tres. Y advierte: “El riesgo, si uno piensa en Europa, es la desconexión tecnológica”.

Vivimos la era de la incertidumbre. Eso es lo único en lo que todos los economistas están de acuerdo. El Economic Outlook de Crédito y Caución prevé que el crecimiento de la eurozona se contraiga un 0,1% en 2023. Aunque el año siguiente podría repuntar hasta el 2,1%. Si los efectos de la guerra se van disolviendo. La consultora Boston Consulting Group (BCG), en su trabajo Protectionism, Pandemic, War and the Future of Trade (Proteccionismo, pandemia, guerra y el futuro del comercio, en español), estima que el comercio mundial crecerá solo un 2,3% hasta 2031. Desde luego llega una nueva geografía comercial. Finaliza la apertura que caracterizó las tres primeras décadas después de la Guerra Fría. Incluso en el país del Brexit notan la fragilidad.

Los últimos acontecimientos han demostrado lo vulnerables que son las cadenas de suministro ante las turbulencias internacionales”, admite Nicholas Barr, profesor de Economía Pública en la London School of Economics (LSE). “Por lo tanto, el friendshoring tiene ventajas”. Aunque cada empresa ensaya su propia estrategia.

Un trabajo fechado en abril de 2022 —en el que la consultora McKinsey entrevistó a 113 líderes de la cadena de suministro— obtuvo como respuesta que frente a los riesgos de ruptura su política era acumular stock. Hay algo excesivo o forzado. Al igual que ocurre con todo lo nuevo. “La relocalización de productos será muy parcial. Y se centrará en los suministros críticos de componentes electrónicos, artículos sanitarios y ciertos materiales de alto valor añadido, en muchas casos debido a restricciones impuestas por los Gobiernos debido a razones de seguridad nacional”, acota Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank. Y concluye: “No existe una evidencia de desglobalización”. Ahora bien, “lo que sí existen son errores que afectan” —desgrana Dezcallar— “a la política y la economía del Viejo Continente. Dejar nuestra seguridad en manos de Estados Unidos, el mercado en manos de China y la energía en manos de Rusia”.

Europa debe cambiar la forma de leer el mundo, su narrativa. “El Viejo Continente debe dejar de replicar la política estadounidense con China. Nuestros intereses económicos son distintos. Para la Unión Europea es un competidor estratégico, aunque no un riesgo sistémico”, aclara el diplomático. “Necesitamos crear campeones nacionales. Compañías que puedan competir frente a las grandes tecnológicas chinas o estadounidenses”, cuenta el exdirector del CNI. 

América Latina ha tenido una cartografía propia. La pandemia ha supuesto la pérdida —recuerda el diplomático— de 15 millones de empleos y ahora ven como materias primas, pensemos en el litio o el cobre, suben y se están aprovechando del alza de los precios de estos metales. Al igual que sucede en Venezuela o Ecuador con el petróleo. Mientras, el tercer mundo afronta que unos 23 países deben a corto plazo 230.000 millones de dólares, que, lógicamente, no tienen. Hay que pensar en quitas, condonaciones. Todos menos China. Sus acuerdos son secretos y nadie sabe cuánto dinero adeudan, ni en qué condiciones, al coloso asiático. O ayudamos, o las repercusiones en Occidente zarandearán la economía.

La volatilidad extrema es la nueva realidad de esta casa de tierra y niebla. Y la mayoría de las empresas no están preparadas. Un trabajo firmado por las consultoras BCG y American Productivity & Quality Center en el verano de 2022 sobre 150 compañías halló que solo el 10% había desarrollado las capacidades de resiliencia necesarias para prosperar. Son las únicas que pueden anticiparse a una crisis en el corto plazo y tener la fuerza necesaria para crecer a medio y largo. “El futuro pasa por una red global de cadenas de suministro regionales, lo que significa apostar por localizaciones más próximas e inversiones en infraestructuras en proximidad”, recomienda Ignacio Marcos. El planeta atraviesa una paradoja. “Tenemos un sistema político que promueve la igualdad y uno económico que promueve la inequidad”, zanja Jorge Dezcallar. Necesitamos equilibrio.

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