Observatorio

Tecnologías exponenciales y un futuro inimaginable

El paradigma exponencial pone el foco en el salto de escala del avance tecnológico hasta hacer imposible imaginar el futuro.

Juan Pablo Zurdo
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Un simple cargador USB-C tiene hoy más capacidad tecnológica que las computadoras del Apolo 11 en su alunizaje de 1969. Apenas han transcurrido 54 años, un suspiro en términos históricos, aunque una eternidad en tiempo tecnológico. La lección parece obvia: imposible imaginar lo que avanzarán las tecnologías el próximo medio siglo. Sí tenemos claro que el ritmo de progreso será varias veces mayor y con tendencia a la aceleración constante: tenderá a lo exponencial, no a lo geométrico, como ya avanzó la ley de Moore cuando predijo que la capacidad de computación se doblaría cada dos años. De hecho, una de las bases de la actual eclosión multi-tecnológica es la pura y dura capacidad de producir, procesar y almacenar datos.

Con frecuencia se analiza el salto cualitativo y cuantitativo en disciplinas específicas por separado. Pero el paradigma exponencial pone el foco en el salto cuantitativo y cualitativo de varias o todas a la vez porque el conjunto va mucho más allá que la suma de sus partes. Las tecnologías exponenciales aceleran progresivamente su rendimiento, su escalabilidad, su operatividad en aplicaciones y por tanto su productividad, a la vez que reducen los costes de su industrialización e implantación cotidiana. Pero su verdadero potencial reside en la combinación y recombinación con otras. Ese efecto no suma, multiplica, y en consecuencia también vuelve exponencial la innovación con impacto en todos los órdenes, más allá del económico: cómo nos enfermamos y curamos, cómo creamos y trabajamos. 

Algunas de ellas pueden considerarse tecnologías madre, naves nodriza. Por ejemplo la conectividad móvil universal, la IA o la computación potenciada estimulan la maduración de otras muchas disciplinas, desde la programación autónoma de logaritmos o el desarrollo de nuevos materiales a nuevos modelos de trabajo que también contribuyen a la aceleración: por ejemplo los ecosistemas de I+D y las plataformas de código libre, la innovación abierta o la investigación interdisciplinar —la clave de que empecemos a entender la naturaleza como un sistema de sistemas, otro punto de inflexión en el conocimiento—, además de la aportación entrecruzada de una miríada de empresas. Paola Santana, emprendedora de Silicon Valley especializada en tecnología dron, pone ejemplos de ese salto abismal en algunas startups desde una innovación al principio modesta hacia metas mucho más ambiciosas, como obtener agua de la humedad del aire o producir alimentos sostenibles mediante biología sintética.

¿Cuáles son entonces las principales tecnologías exponenciales? Hay diferentes rankings, pero todos destacan algunas fijas por su capacidad disruptiva actual y a medio y largo plazo. Desde luego la IA fuerte y la analítica avanza —con un impacto universal, incluido el análisis prospectivo de riesgos en el mundo asegurador—, cloud, 5G camino del 6G que a su vez impulsa el internet de las cosas, cadenas de bloques, realidades extendidas, robótica, impresión 3D y 4D, nanociencia, ingeniería de materiales, genómica, biotecnología, generación energética —como los recientes hitos en fusión nuclear o geotermia profunda—, además de la computación cuántica. Se suman otras específicas y quizá menos mentadas, como la fotónica y la comunicación con luz visible, la bioelectrónica médica o las interfaces cerebrales.

“Lo que solía estar solo en manos de gobiernos y grandes corporaciones —explica Santana—, ahora son conocimientos, herramientas y capacidades a los que todos tenemos acceso. Personas como tú y yo podemos usarlas para crear mejores soluciones globales y dejar atrás sistemas y procesos que ya no nos sirven como sociedad”. Retomando la idea inicial, hace falta una imaginación muy creativa para proyectar el efecto de todo este conocimiento combinado, junto con las nuevas áreas que vaya generando sobre la marcha, de aquí a finales de siglo.

Ahora bien, esa disrupción que a veces no tienen en cuenta las predicciones cuando simplemente proyectan los ritmos actuales, tampoco puede considerarse una panacea. Como cualquier transformación profunda y compleja en la vida misma, la utopía tiene una cara B distópica. Por ejemplo el riesgo de asfixiante control social e individual a través de dispositivos y datos o la incierta reorganización de un mundo donde la IA y la robótica podrían desplazar a masas humanas del trabajo.

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