Observatorio

El gran reto de almacenar toda la información del mundo

Los datos crecen mucho más deprisa que el espacio para almacenarlos. Se busca el sistema de almacenaje virtualmente infinito: minerales congelados, ADN sintético...

Juan Pablo Zurdo
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Vivimos en la era de los datos: la economía se basa cada vez más en la capacidad de generarlos y procesarlos en forma de conocimiento. Esta es, también, la era del almacenamiento: hay que tenerlos organizados y guardados a buen recaudo. Para ser más precisos, estamos entrando en la fase del almacenamiento insuficiente en el que la capacidad de generación crece a un ritmo exponencial pero la capacidad de almacenar se queda corta. 

La consultora IDC calcula que la cantidad de datos digitales creados entre 2020 y 2024 como mínimo doblarán a los generados durante las pasadas tres décadas, mientras la tasa de crecimiento en la capacidad de almacenar será muy inferior: el 23%. Son varias las razones de esa brecha. Todos los usuarios generamos datos pero la mayoría los guardan terceros, sobre todo en centros físicos —custodian el 95% de la información total, según IBM—. Y estos centros no crecen al ritmo de los dispositivos generadores que además prometen dispararse con el internet de las cosas. Por ejemplo, el centro de datos que Meta proyecta en Talavera de la Reina batirá el record de tamaño con 300.000 metros cuadrados.

Además, aceleran tecnologías como la inteligencia artificial que necesitan procesar series históricas masivas y crecientes. Muchos de los datos se duplican o triplican por seguridad y las legislaciones alimentan esa necesidad de espacio de custodia. Con dos factores añadidos: el tiempo y la energía. Al menos los datos críticos deben guardarse en buenas condiciones durante décadas, pero los discos duros actuales son mucho menos longevos. Además, algunas tecnologías devoradoras de datos como la analítica avanzada, IA, blockchain o el procesamiento cuántico necesitan mayores ratios de eficiencia para un consumo sostenible. Y con mayor motivo en un escenario de tarifas disparadas.

La necesidad acuciante y generalizada de poder almacenar al mismo nivel que se produce la generación de datos —para no frenar la revolución digital, con todos sus beneficios económicos y sociales aparejados— se traduce en una carrera para desarrollar tecnologías alternativas, desde las que proponen mejoras operativas moderadas a las soluciones radicales con cambios de paradigma. Por ejemplo las nuevas versiones de la cinta magnética decenas de veces más longevas que los discos duros y en teoría capaces de almacenar 580 teras en la palma de una mano, con la seguridad de estar desacopladas de la red y a salvo de hackers. Algunos laboratorios ensayan nuevos materiales para los discos duros como el helio, cuya bajísima densidad minimiza la fricción y por tanto el consumo eléctrico, o el grafeno con el que IBM quiere producir un nuevo formato, una especie de tiras adhesivas capaces de integrar los datos de múltiples nubes.

Las investigaciones más disruptivas apuntan a materiales inéditos con nuevos sistemas de impresión de datos que implicarían una capacidad virtualmente infinita, sin las limitaciones del actual sistema magnético. Entre ellos el cristal, abundante, resistente durante siglos, a prueba de corrupción de datos. Ese proyecto comparte algunas características con el uso de elementos como telurio, antimonio o germanio en un estado entre vítreo y cristalino que podría aplicarse en memorias miniaturizadas. Mientras tanto, un equipo científico suizo ensaya un sistema de nanoimpresión 3D en microcristiales, como códigos de barras aplicables a toda superficie para que cualquier objeto sea además un archivo de información.  

Guardar mucho más contenido en mucho menos espacio, por mucho menos dinero es la consigna y la Universidad de Manchester propone un sistema de escala molecular congelado con nitrógeno líquido que podría embutir 200 teras en una pulgada cuadrada. Los centros de datos gigantescos quedarían obsoletos. Otra de las grandes promesas se inspira en el ADN orgánico para replicar sus propiedades en una especie de ADN sintético con posibilidades asombrosas como no necesitar energía para guardar la información y una capacidad sin límite. En este sentido el MIT calcula que en una taza de café llena de ADN cabrían todos los datos del mundo. Pero antes habría que superar barreras formidables como una producción industrial rentable -hoy prohibitiva- y solucionar algunas distorsiones de los datos. En una versión simple, el ADN ya se ha usado para guardar contraseñas de operaciones con criptomonedas.

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