Observatorio

¿Qué es un hackatón?

Una modalidad de innovación abierta y trabajo en equipo que aporta soluciones tecnológicas rápidas, ágiles —y dicen que más baratas— a problemas concretos.

Juan Pablo Zurdo
Hackaton

Tienes un reto. Tienes la necesidad y la obligación de resolverlo. Tienes unos recursos técnicos. Un equipo humano. Y un plazo a contrarreloj. ¿A qué empresario o directivo no le resulta familiar este escenario? Grosso modo se parece al modelo de trabajo que aplican los hackatones, entendidos como una reunión de desarrolladores de software que forman varios equipos para resolver un problema específico de la forma más creativa y eficiente posible, con resultados tangibles —si no una aplicación terminada, al menos un prototipo bien perfilado— y en tiempo récord, de una maratón de 24 horas a dos o tres jornadas… aunque los hay hasta de cinco para retos más complejos. 

A juzgar por su proliferación, el modelo hackatón funciona. Y se diversifica en formatos: lo mismo lo organizan NASA, Google o Facebook, que universidades y escuelas tecnológicas, administraciones, entidades estatales y compañías —por lo general de referencia en sus sectores, como Iberinform— en solitario o asociadas con otras organizaciones públicas y privadas. Y tanto para soluciones tecnológicas de software como de otros tipos. Que los hackatones se hayan hecho un hueco entre las tendencias de innovación abierta tiene explicaciones interesantes para las empresas. Por ejemplo, la fuerza creativa de la diversidad. Los equipos mezclan programadores y técnicos —de startups, universidades o profesionales independientes— con los expertos de las compañías que necesitan esa solución y ponen el conocimiento sobre el mercado, el sector y el público objetivo. Estos fijan el contexto y los límites, pero los técnicos externos aportan la posibilidad de superarlos, es decir, una visión fresca ajena a la endogamia de la compañía, más experimental y capaz de pensar fuera de la caja.

El encuentro es en parte una competición, los desarrolladores o técnicos tratarán de desbordar las expectativas para hacerse con el premio del hackaton, si lo hay, pero también para ganar prestigio y entablar una relación directa con las empresas que podrían incorporar su solución, además de contactos profesionales en un entorno distendido, de comunicación fluida, donde están todos o casi todos los actores relevantes de un sector. El plazo contrarreloj implica presión para aportar las mejores soluciones operativas, pero no es una presión paralizante, como la que ejerce un cliente duro con un contrato en mano, sino presión estimulante porque no hay miedo a proponer ideas extremas y equivocarse. 

Un miembro del equipo puede ser bueno para idear desde cero, otro para encauzar, pulir o combinar ideas. Y así pueden generar prototipos de productos, aplicaciones o servicios de una forma rápida, realista y tal vez con menos costes que otras opciones como externalizar. De hecho, otra ventaja de los hackatones es que son caladeros de nuevos talentos. Estudiantes y profesionales los usan como escaparates donde mostrar a las empresas no solo sus habilidades tecnológicas sino personales, de actitud y capacidad de trabajo compartido. Porque, ojo, los equipos también fracasan y un profesional brillante en modo individual puede no serlo en modo colaborativo. 

En cualquier caso, las empresas, aunque no tengan capacidad para organizar su propio evento, pueden participar en ellos y recoger ideas útiles para su causa, no solo en la valoración final de las soluciones sino en las fases intermedias, cuando se presentan y descartan opciones de forma abierta. También pueden replicar ese método de trabajo dentro de la compañía para innovar diseños, productos, servicios, procesos o modelos de negocio de una forma más ágil, especialmente en un entorno de cambio acelerado anunciado para los próximos años y quizá décadas.

Algunos casos para aterrizar el concepto: por ejemplo el Madrid Innovation Driven Ecosystem (MIDE) impulsado por la coalición público-privada del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el gobierno regional madrileño, la Politécnica, Tetuán Valley, Ferrovial, IBM o Calidad Pascual, entre otros. Con el objetivo de impulsar la industria 4.0, ha producido ideas como chatbot que explica cómo reparar una máquina y se perfecciona con las intervenciones de los usuarios, o un biosensor implantado en envases de la industria alimentaria que hace cambiar de color un tapón si detecta bacterias en el contenido, lo que permitiría actuar con rapidez, evitar riesgos y ahorrar costes de almacenamiento. En otros han surgido nuevas aplicaciones de banca digital, de movilidad ciclista, respiradores mecánicos, plataformas para gestionar donación de sangre, sistemas de parquímetros inteligentes, servicios turísticos, de asesoría legal, movilidad urbana o para monitorizar la calidad del agua y del aire con alertas incluidas.
 

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