China anunció en 2017 la primera videoconferencia por satélite a través de criptografía cuántica. Sus mareantes inversiones para liderar el futuro cuántico alarmaron al Senado de Estados Unidos y, al calor de esa competencia de colosos, otros países como Alemania, Israel, Corea del Sur, Japón, Reino Unido o Canadá aumentan inversiones. También acelera la competencia privada. En menos de un año se han sucedido los hitos: el primer procesador de uso comercial con 127 cúbits, la unidad básica de procesamiento en la computación cuántica batía al anterior de 53, con cifras impensables hace un lustro; o la computación como servicio en la nube para centros de investigación y empresas.
¿Con qué objetivo? Acceder a esa inmensa capacidad de procesamiento, aunque aún no pase de embrión experimental, que promete resolver problemas de una complejidad simplemente imposible para la computación al uso. Los últimos procesadores realizan cálculos en tres minutos que al mayor superodenador le llevarían miles o tal vez millones de años. Esto no significa que la computación cuántica de verdad operativa, que salte de 127 a un millón de cúbits, esté cerca. Los expertos españoles integrados en equipos que han firmado estos avances dicen que ese momento tardará una, dos o tres décadas. Porque aún les quita el sueño resolver el gigantesco hándicap cuántico: su inestabilidad. La operatividad de los cúbits dura fracciones de segundo y como sus resultados se entrelazan —una de sus grandes ventajas, por otro lado—, pueden influir unos en otros adulterando el cálculo. Consumen una enorme cantidad de energía y necesitan refrigerarse a -273 grados. Las enormes inversiones están en ello, hacen efecto y avanza más rápido de lo previsto, pero el sueño del ordenador personal cuántico es eso, un sueño.
Eso sí, cuando se haga realidad tarde lo que tarde, el salto tecnológico superará cualquier revolución previa. Sería comparable, dicen, al vuelo entre el ábaco y el ordenador actual porque su cambio de paradigma informático es tal que obliga a repensarlo y rediseñarlo todo, cada componente del procesador, hardware, software y algoritmos. Lo que no cambia es que su evolución tecnológica será progresiva. Ese camino hito a hito tributará beneficios cada vez más consistentes. Para empezar, mejorará el conocimiento de la computación clásica, de la misma forma que conocer las redes neuronales ha impulsado la inteligencia artificial. Los primeros rendimientos se concretarán —ya lo hacen aunque en modo prototipo— en los sectores que usen herramientas prospectivas, simuladores de escenarios o modelos complejos con variables dinámicas que se influyen entre sí, desde la meteorología a los mercados financieros, los sistemas logísticos o la previsión de riesgos en el mundo asegurador.
Otro macro-sector donde impactará de lleno es el mundo material de la física y la química. La computación cuántica implica controlar el comportamiento de la materia a nivel de moléculas y átomos, y una vez operativa podrá aplicarse asimismo al control de la materia a esas escalas. Traducido en lenguaje industrial, podría manipular la física y la química al punto de crear nuevos materiales a la carta, en teoría capaces de liberar los cuellos de botella que hoy nos asfixian, desde componentes libres de materiales tan prohibitivos como el rodio o el paladio a los que podrían sustituir al litio en baterías con mucha más capacidad. Sería un poder potencialmente extrapolable a cualquier otro material o sustancia, por ejemplo para desarrollar medicamentos ad hoc contra una pandemia en días, no en años, o producir fertilizantes con el nitrógeno de la atmósfera.
Otras aplicaciones prácticas que prometen madurar: la propia industria informática —lo cuántico y lo convencional convivirían durante décadas en un modelo híbrido—, el salto evolutivo en la inteligencia artificial y en una ciberseguridad obligada a revolucionarse porque un computador cuántico podría desentrañar los encriptados actuales más opacos. Aspira a superar barreras históricas en el mundo físico y el conocimiento tal cual los concebimos hoy. Pero, ¿y la propia computación cuántica? ¿No tiene sus propios cuellos de botella? Sí, también, de materiales y conocimiento. Dependerá de que las inversiones sean pacientes aunque no lleguen los resultados. Y en cuanto al conocimiento, hablamos de un paradigma tan nuevo, tan diferente, que necesita un ejército de especialistas cuánticos con otro marco mental para desarrollar sus aplicaciones, como el ordenador, casi desde cero.