La infoxicación representa una de las grandes paradojas de la era de la información: el exceso de oferta satura, impide procesarla correctamente y se acaba desperdiciando su utilidad. Así lo resumía un temprano estudio de Reuters: “El conocimiento es poder, pero la información, no”. Que sea un mal moderno parece natural a juzgar por la multiplicación de fuentes, canales, contenidos y datos, muy por encima del de los receptores y sus horas disponibles. Cada vez tenemos más información, pero menos tiempo para analizarla y menos margen para cometer errores.
Según sostiene Naciones Unidas, en 2020 el 90% de los datos globales se había generado durante los dos años anteriores, con un crecimiento previsto del 40% anual. De acuerdo con la empresa Domo, ese mismo año se subían 500 horas de vídeo cada minuto a Youtube. Si entonces se contaban 4.500 millones de internautas en el planeta, este año ya superan los 5.160 millones. Algunos autores califican la infoxicación como una dolencia típica de la transformación digital, cuyos efectos, poco estudiados por recientes, podrían proyectar una dimensión casi pandémica. Este artículo hace un curioso paralelismo entre la falta de concentración que produce el síndrome de fatiga informativa con la causada por algunos síntomas del covid-19.
No extraña que cada vez más empresas en España dedican medidas o programas a afrontar una sobrecarga que conduce a bloqueos creativos, pérdidas de productividad, desperdicio de recursos, incluido el tiempo, o en general malas decisiones corporativas. Las empresas pueden acusar ese mal contemporáneo desde diferentes focos. Para empezar, porque sus profesionales reproducen en el trabajo esa misma tendencia de su vida cotidiana a exponerse a un exceso de impactos en forma de noticias, contenidos o actividad en redes sociales. Pero también reproduce el fenómeno la propia organización empresarial cuando no filtra o estructura el flujo de información tanto interna —datos, informes, comunicaciones, correos… —, como externa —estudios, comparativas, tendencias, tecnologías, legislación y un largo etc—.
En este sentido, parece natural que esa normalidad interna tienda a transmitirse al exterior en su política de comunicación y marketing, lanzando a clientes y consumidores más información de la que pueden digerir. Una consultoría de este ámbito destaca entre las causas de esta infoxicación —podríamos calificarla como B2B y B2C— que prime la cantidad sobre la calidad del contenido, algo estimulado por la competencia con otras empresas en esos mismos contenidos y el desarrollo de tecnologías que cada vez hacen más fácil producirlos. Ahora que irrumpen los asistentes de IA, esa capacidad se verá disparada.
¿Qué pueden hacer las empresas para limitar la infoxicación tanto interna como proyectada a sus clientes? En primer lugar, tomar conciencia sobre los costes en productividad y eficiencia para que la desintoxicación sea una política corporativa, de la que pueden derivar programas específicos como un marketing digital más centrado en la calidad.
Aquí caben medidas de cultura corporativa como filtrar las comunicaciones para evitar, por ejemplo, el abuso de correos o reuniones poco productivas, junto con otras como auditar los contenidos en los diferentes canales (webs, intranets, blogs…) priorizando lo relevante. O analizar a fondo el uso que los clientes hacen de los canales digitales para diseñar contenidos personalizados que logren más impacto con menos volumen y en el formato más adecuado.
También cabe reforzar esta política con tecnologías que automatizan el filtrado, desde sencillos RSS que seleccionan las fuentes de información de calidad y descartan el ruido, a herramientas de curetaje de contenidos o, con una visión más panorámica, de inteligencia de negocio para transformar los datos en conocimiento en forma de gráficos comprensibles de un vistazo. De hecho, empiezan a surgir empresas que convierten la desinfoxicación en un servicio externalizado.
También crece la confianza en servicios de análisis avanzado dotados de inteligencia artificial y herramientas prospectivas, que precisan los patrones clave en sectores tan complejos como los estudios de riesgos y de mercados para la exportación.