Observatorio

El internet de los sentidos

Algunas experiencias inmersivas como las prendas que transmiten sensaciones táctiles están aquí. ¿Qué nos depara el futuro del internet de los sentidos?

Juan Pablo Zurdo
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“Ojalá algún día se invente la televisión con olores y sabores”. En los programas de cocina no es raro escuchar esa frase. Ese salto podría producirse cuando eclosione el internet de los sentidos gracias al salto de la computación cognitiva y a dispositivos y sensores avanzados, capaces de reproducir o generar sensaciones olfativas, auditivas, visuales, gustativas y táctiles cada vez más complejas. 

A juzgar por las investigaciones y los desarrollos en esta nueva disciplina, la pregunta no es si sucederá sino cuándo y hasta qué grado: ¿se traducirá en productos y servicios con sensaciones inmersivas de calidad, y por tanto comerciales? La economía de los sentidos ya ha comenzado. Existen prototipos o dispositivos comerciales como una chaqueta háptica basada en la electroestimulación para transmitir 30 sensaciones diferentes en videojuegos, pero también en espectáculos o en asistencia a personas invidentes.

Algunos laboratorios trabajan en sensores capaces de analizar el olor de una comida o un jardín, codificarlo digitalmente y enviarlo a un receptor nasal con microdepósitos de aromas básicos que tratarían de imitar el natural. Más realistas serían los dispositivos sónicos con navegador GPS y traductores simultáneos que dejen a los actuales en nivel principiante. También se ensayan interfaces ya intuidas por la ciencia ficción, como las pantallas de hologramas 3D con ultrasonidos que se podrían tocar y manejar incluso sin gafas virtuales. Se exploran incluso, la generación de sensaciones inéditas mediante ciberimplantes como la orientación con una especie de navegador interno, un radar coclear de cercanía o la vista potenciada por un zoom o capacidad de visión nocturna.

Los dispositivos sensoriales realistas vendrán con la evolución de tecnologías presentes como IoT, inteligencia artificial, 6G y las realidades mixtas, pero también caben los sueños tecnológicos: en especial el cerebro humano convertido en interfaz mediante electrodos, capaz de traducir los pensamientos en órdenes para cualquier dispositivo, y de procesar estímulos digitales. No obstante, los investigadores de esta posibilidad reconocen barreras enormes, médicas y bioéticas, y no pasa de proyección a largo plazo.

El concepto de lo posible es muy diferente entre los heavy users de la tecnología, que proyectan aplicaciones sensoriales basadas en avances tangibles, quizás demasiado optimistas respecto a los plazos en que estarían operativas. Entre ellas, auriculares capaces de crear ambientes sónicos como una especie de burbuja o de comunicar la experiencia auditiva de un personaje de ficción; dispositivos que funcionarían como perfumadores digitales en función del entorno, por ejemplo en un lugar concurrido o cargado; brazaletes con sensores que transmiten las sensaciones de peso, textura y forma de cualquier objeto, una pelota en un videojuego o una escultura en un museo virtual. También anticipan su combinación en experiencias multisensoriales de realidad híbrida: la realidad física y la digital se fusionan con una capacidad de procesamiento tan avanzada como para introducir en el plano físico objetos virtuales indistinguibles de sus gemelos reales, con toda la diversidad de aplicaciones en el ocio y el negocio, desde el diseño industrial a los viajes o percibir con los cinco sentidos los objetos de una tienda online. 

En ese escenario habría que lidiar con los riesgos aparejados a toda una nueva forma de experimentar la realidad, sobre todo el acceso a través de la hiperconexión a una privacidad íntima, la de los propios pensamientos, que hoy creemos a salvo. En este aspecto se proyecta incluso la necesidad una nueva industria dedicada a certificar qué es real y qué no cuando ambos planos se confundan.

El impacto social y económico podría ser enorme a medida que se afinen las interfaces para manejo de dispositivos siquiera con comandos simples. Aunque, como ocurre con otras revoluciones prometidas en el plano híbrido, por ejemplo el metarverso, la incógnita es si la psicología humana se sentirá cómoda y aceptará sin reparos esa nueva forma de sentir o si, al contrario, la considerará un producto más, incluso precario si resulta incapaz de reproducir la sutileza de los sentidos biológicos perfeccionados durante millones de años.

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