¿Qué porcentaje de la plantilla en una empresa entiende cómo funciona un software informático? Seguramente mínimo, el departamento de sistemas y poco más. Sin embargo, todos sus empleados deben ser usuarios hábiles de programas y dispositivos. Hasta ese punto es importante la interfaz de usuario entendida como el sistema que permite interactuar a personas y máquinas de la forma más fluida, intuitiva, clara y eficiente posible.
Cuanto más complejas sean las máquinas, más necesaria será una interfaz con esas características, de ahí que su desarrollo sea una disciplina propia dentro de la evolución general de la informática. No solo hablamos de facilidad de uso, sino de su efecto en la productividad y la eficiencia de procesos. Por ejemplo una interfaz táctil que maneja diferentes capas de programas, un chatbot que mantiene una conversación fluida con un cliente para resolverle un problema o una aplicación de realidad aumentada para que un usuario se pruebe virtualmente una prenda desde su casa.
Al ser la interfaz el elemento informático más familiar para todos los usuarios —en 2021 se vendieron 341 millones de PC y portátiles en el mundo, y hoy existen casi 7.000 millones de usuarios de móviles—, algunas evoluciones llegan pronto al mercado, por ejemplo pantallas táctiles cada vez más inteligentes. Otras, bastante llamativas, siguen en fase embrionaria como las capaces de transmitir olores y sabores mediante cartuchos usb y microdescargas eléctricas sobre las papilas. Hoy es difícil proyectar aplicaciones creíbles en cocina, pero no tanto en publicidad como la futura promoción de un viaje con olor a mar o a bosque.
En este terreno sensorial, están más cerca las interfaces que transmiten sensaciones físicas como velocidad, inercia y movimiento en dispositivos de realidad virtual para ocio o simuladores de entrenamiento. Además, pueden combinarse con interfaces hápticas —avanzadas gracias a experiencias como el lenguaje braille— con sensaciones táctiles de texturas y temperaturas. Inauguran un camino de aplicaciones en mantenimiento remoto de máquinas, por ejemplo.
Si una tecnología viene a agitar las aplicaciones más realistas es la Inteligencia Artificial. Ya existen desarrollos en hologramas o imágenes proyectadas sobre el aire o una superficie, pero la IA, combinada con otras tecnologías como IoT, protocolo 6G, fotónica o computación cloud, acelera para hacer operativa la proyección de todo un escritorio o de programas gráficos, en unas gafas de realidad aumentada o desde un periférico ligero como una pulsera. De ahí a las versiones para la venta generalista queda un largo trecho.
Habrá que esperar menos a interfaces más desarrolladas hoy como las táctiles y gestuales más allá de captar los movimientos de los dedos en una pantalla, es decir, que puedan visualizar y responder a movimientos del cuerpo o sutiles como los gestos faciales. Esto también abre las puertas a la interpretación de los estados de ánimo del usuario adaptando contenidos o incluso tonos de voz.
De hecho, otra evolución realista es la interfaz conversacional para dar el salto de un Alexa o un GPT a un asistente total, ubicuo, mucho más potente y operativo tanto para la vida profesional como la privada, capaz de aprender y anticipar las necesidades de cada usuario. En el terreno laboral, equivaldría a que cada empleado tenga un secretario, un consejero o un documentalista, todo junto. Cruzado con la tecnología de hologramas, podría tomar cuerpo, incluso convertir un personaje de dibujos animados en un profesor para los niños.
¿Llegarán a responder a las indicaciones del pensamiento? Algunos estudios predicen que en pocos años habrá dispositivos portables, sin necesidad de pantallas, para gestionar órdenes mentales sencillas. Otros, incluso proyectan su uso publicitario. Sin embargo, una interacción eficiente y compleja entre las ondas cerebrales y el microprocesador capaz de leerlas sin equívoco parece necesitar décadas, si alguna vez se consigue.