El agua es un recurso imprescindible para la supervivencia de los seres humanos. La ubicación de los recursos hídricos ha sido siempre un factor clave para entender los mapas de pueblos y civilizaciones pero en el siglo XXI, la sobreexplotación de ríos y reservas subterráneas, los patrones de consumo o el cambio climático están dando lugar a una creciente escasez de este recurso en el mundo: la escasez de agua afectará a 5.000 millones de personas de aquí a 2050.
Aunque Europa no es un continente con pocos recursos hídricos, el suministro se está convirtiendo en una preocupación para los habitantes de este continente. Para saber si se está extrayendo agua de forma excesiva hay que recurrir a los datos objetivos sobre la explotación de los recursos hídricos: el índice de explotación de agua (WEI) refleja la cantidad extraída cada año, en proporción al total de los recursos de agua dulce a largo plazo. Se considera que un WEI superior al 20% indica que un recurso hídrico está sometido a estrés. Si es superior al 40% está sometido a un gravé estrés. Chipre, Bulgaria, Bélgica, España, Italia y Malta utilizan actualmente el 20% o más de sus suministros a largo plazo cada año.
En España, el uso del agua de riego es una de las principales fuerzas impulsoras de la extracción de este recurso. En la Unión Europea, en torno al 40% del consumo total al año se destina al sector agrícola, un 90% de este consumo se utiliza en el sur de Europa. España es, junto a Italia, la región de la Unión Europea que cuenta con la mayor superficie de regadío.
La escasez de este recurso es uno de los desafíos económicos del siglo XXI. Actualmente, 17 países se enfrentan a una situación de grave escasez de recursos hídricos y la ONU ha identificado 300 zonas en el mundo donde podrían estallar guerras del agua. Solo las inversiones en infraestructuras hidráulicas, la mejora en las técnicas de gestión del suministro o la eficiencia de los servicios de tratamiento de agua podrán revertir este futuro.