Sri o Alexa ya parecen rudimentarias ante el salto que promete la IA en la asistencia profesional hacia los superasistentes o agentes desarrollados para servir como un secretario multiusos. La demanda puede calibrarse con un dato de Mordor Intelligence: el mercado de la asistencia IA se multiplicará por más de cuatro entre 2024 y 2029.
Un pequeño dispositivo estrenado hace unos meses es capaz de organizar un viaje con agencias y reservas de alojamiento. La alianza de un gigante tecnológico y un especialista en IA generativa anuncia otro agente lo suficientemente hábil para resumir y jerarquizar lo más relevante de un buzón lleno de correos electrónicos, generar una presentación en power point a partir de documentación en diferentes formatos o casi cualquier tarea administrativa. Formadores como Xavi Laballós recuerdan que los chatbots tipo GPT ya pueden considerarse maestros en el manejo de programas como Excel.
La IA crecerá exponencialmente en cantidad de sinapsis, el equivalente a las conexiones neuronales biológicas. Su número se multiplica por 10 solo en el paso entre la versión 3.5 y la 4 de ChatGPT, para hacernos una idea. Y avanzará a ese ritmo acelerado la propia arquitectura de los modelos para aumentar su poder de comprensión y operación, así como la magnitud de su entrenamiento cuando los propios modelos de IA generen datos “sintéticos” que puedan usar otros modelos para ese fin. Otra línea de investigación es la IA causal, que no solamente predice correlaciones entre datos, sino que entiende la relación causa-efecto entre los hechos y la influencia de unas variables sobre otras.
Los bots omnipresentes optimizarán su rendimiento multilingüe y multiformato en voz, texto e imagen, entrarán en los sistemas y aplicaciones de sus usuarios, se conectarán con sus periféricos y asumirán de forma autónoma muchas de las tareas, como realizar gestiones con otros usuarios, departamentos, empresas u organismos. Ya lo hace en cierta medida una tecnología menos sofisticada como la automatización robótica de procesos.
Cuando esa IA sea moneda corriente y asequible, o venga de serie en un paquete de servicios, el salto en la productividad empresarial se da por hecho —con las aplicaciones actuales de automatización, más del 40% de empresas dicen ser más productivas, según PwC—. Y, más allá, crecerá la capacidad de tomar decisiones de gestión fundadas en su análisis de datos, patrones y contextos. A esto se suma el incremento en eficiencia a medida que la IA aprenda de su propio uso y las necesidades del usuario, en un proceso constante de adaptación a los cambios. En este sentido, Bill Gates diluye la separación entre personal y profesional: augura que cada ser humano podrá contar con uno de esos agentes sin necesidad de un software personalizado, en una reedición de la consigna “un ordenador en cada hogar y cada escritorio” al comienzo de su carrera.
Algunos de los asistentes actuales, con la interfaz de una simple app, dan acceso en los servidores a modelos de IA especialistas en diferentes materias desde tutoriales de inglés a programas informáticos. Ese modelo puede replicarse en cualquier materia profesional para que un empleado sin entrenamiento pueda entenderse con ella. Es decir, esa IA evolucionada puede servir para formar a la plantilla donde ande más floja —no solo técnicas, algunos chats actuales ya sirven para terapia emocional—, lo que implicaría reducir la brecha de talento técnico. Una encuesta de Amazon predice que en solo cinco años el uso de herramientas IA en general se habrá duplicado entre los trabajadores, ojo, no tecnológicos.
En su proyección más optimista, el impulso de la productividad de cada empleado de oficina superaría el de las oleadas tecnológicas anteriores. Con sus tintes positivos, como el enfoque del talento humano a tareas más creativas o de supervisión —por muy hábil que sea el agente, hoy ningún profesional mandaría sin revisar un documento de información financiera o una presentación a un cliente—. Aunque también implica tintes inquietantes como que la IA termine siendo la propia competencia de los profesionales a los que asiste, una excesiva dependencia de la máquina o la pérdida de habilidades humanas derivada precisamente de dejar de hacer esas tareas tediosas que forjan el control de la frustración o la disciplina. Claro que, en ese caso, seguro que la IA puede proponer una solución.