Observatorio

La carrera tecnológica y geopolítica por los superchips

De la nueva generación de chips no solo depende un negocio IA que se multiplica cada año, sino el liderazgo tecnológico. Un nuevo frente entre potencias.

Juan Pablo Zurdo
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La reciente crisis de los semiconductores dejó al descubierto la debilidad de las industrias occidentales si los poquísimos proveedores fallan en sus entregas por causa accidental, logística, pandémica, bélica o derivada de la rivalidad entre potencias. Estados Unidos, China y la Unión Europea reaccionaron elevando a política de Estado el desarrollo de su propia industria productora de microchips, expresada por ejemplo en las leyes estadounidenses y europeas para fomentar esa autosuficiencia y de paso vender estos productos cruciales a los demás.

Si estas políticas son estratégicas en cuanto a la producción de semiconductores convencionales, más aún respecto a los chips diseñados expresamente para sistemas IA —sobre todo generativa—, que suponen un salto evolutivo en capacidad de procesamiento, adaptación o versatilidad a aplicaciones específicas y eficiencia de consumo traducida en reducción de costes. Ese nivel de rendimiento exige procesos de fabricación nanométrica más complejos y el empleo de nuevos materiales. 

Su disponibilidad se considera uno de los grandes cuellos de botella —junto con la formación del talento humano— para aprovechar todo el potencial económico, tecnológico y, en consecuencia, geopolítico de la IA. Como recuerda Nvidia, en un futuro cercano todas las aplicaciones y bases de datos funcionarán con modelos de lenguaje avanzado y precisarán semiconductores evolucionados a la par de la IA.  

Si hoy los mayores modelos de IA generativa usan unas 10.000 unidades de procesamiento gráfico (aligeran el trabajo del procesador central), en unos años la magnitud se situará en millones. En cuanto al mercado, las predicciones varían bastante, desde 100.000 a 400.000 millones de dólares para 2027, cuando en 2021 apenas existía y en 2024 solo copa el 11% de los 576.000 facturados por el negocio total de semiconductores.

Hablamos de varias carreras tecnológicas simultáneas: la de bloques geopolíticos que aspiran a controlar la tecnología más disruptiva —la han apodado “nueva guerra fría”—, y la de las diferentes empresas desarrolladoras en sus mercados y sectores. Ahí se llevan la palma las corporaciones estadounidenses, aunque avanzan posiciones las chinas.

Con un sistema propio de producción en máquinas litográficas, Intel aspira a pisar de nuevo el podio BigTech gracias a su actividad de fundición, es decir, de fabricación de chips diseñados por terceros. Se trata de una especialidad crítica hoy acaparada al 60% por la taiwanesa TSMC, porque una cosa es desarrollar en laboratorio y otra producir en masa con garantía de calidad. Algunos analistas añaden a los ases de Intel el de garantizar, más que las lejanas fábricas asiáticas, la cadena de suministro.

Por su parte, el CEO de Open AI lidera la búsqueda de una financiación internacional récord —hasta siete billones de dólares— para nutrir una industria estadounidense que beneficie a todo el ecosistema con más competencia, oferta y calidad a mejor precio. No solo trata de impulsar el tándem diseño-fabricación, sino influir en todos los eslabones de la cadena de valor para expandir la IA por todas las industrias.

A su vez, grandes corporaciones aprovechan su talonario y capacidad tecnológica para irrumpir en el mercado: Microsoft, Google, Meta, Amazon, Tesla, Huawei o Alibaba deciden independizarse del cuasi oligopolio de proveedores, abren líneas de negocio y diseñan chips personalizados para sus propios sistemas. No dejan de sucederse las presentaciones de nuevos productos, además de componentes como unidades de procesamiento gráfico, tarjetas aceleradoras o especializadas en inferencia (aprendizaje automático para extraer conclusiones) y entrenamiento de modelos. 

El interés geopolítico explica y a la vez trasciende el interés comercial. Su carácter estratégico se refleja en la dotación de la ley de chips de Estados Unidos con 52.000 millones de dólares y en que el gobierno prioriza la IA en su política de seguridad nacional. Los analistas ya avanzan que la ley general de IA se orientará a reducir riesgos, pero también a que esos límites no lastren la innovación. Que sus compañías, y no las del enemigo, lideren también esta fase de la revolución digital implica poder propio en detrimento del ajeno. 

Por su parte, China procura neutralizar las restricciones a su importación de chips estadounidenses. Algunos movimientos de las empresas chinas sugieren una estrategia comercial que ya le ha funcionado en el mercado móvil: llevar a las estanterías una tecnología con calidad suficiente pero a un precio mucho menor gracias a sus costes laborales, la enorme inversión estatal y el control político.

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