`El futuro de España depende de la reforma de sus instituciones?

Daron Acemoglu, premio Nemmers de Economía 2012, charla en la revista cycprisma sobre la importancia del correcto funcionamiento de las instituciones para el crecimiento económico.
Analisis Credito y Caución
Madrid - 22-ene.-2014

 

En su obra más reciente, los economistas Daron Acemoglu y James Robinson demuestran de forma concluyente cómo, a lo largo de la historia y en todo el mundo, las instituciones impactan de lleno en el éxito o el fracaso económico de los países.

Más de 15 años de investigación avalan una innovadora hipótesis con la que analizar, entre otras cuestiones, las bases y el futuro del crecimiento chino, el porvenir de los Estados Unidos, el enrocamiento de las élites y las vías más eficaces para ayudar a salir a millones de personas de la pobreza.

cycprisma conversó con el premio Nemmers y profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Daron Acemoglu.

 

 

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Según su teoría, ¿de qué depende el futuro de España y de otros países mediterráneos de la Unión Europea?

De las reformas institucionales, principalmente. Pero no sólo en España sino también a nivel europeo. Veo muchas cosas positivas en España. En un contexto de severa recesión, los españoles han sido capaces de elegir un gobierno con una agenda de reformas radical, aunque hasta la fecha no haya sido muy efectiva. Además, la sociedad civil española es muy dinámica: una parte ha expresado su descontento con el sistema de una manera pacífica. Aunque es cierto que el mercado laboral necesita una reforma, la economía también se merece un respiro y la situación en Europa no ayuda precisamente. No quiero criticar demasiado a Alemania, pero su oposición a una política más expansiva a nivel europeo no ayuda en nada, ahoga a países como España y Grecia que dependen de sus exportaciones y provoca la sobrevaloración del euro. Creo que un pacto europeo en términos de unión bancaria y de reformas fiscales que detraigan poder a los políticos y supongan una mayor flexibilidad es un camino acertado.

¿Cómo valora el rol del seguro de crédito en el comercio internacional?

Es importante que las pymes tengan a su disposición instrumentos proporcionados por instituciones fiables. Los seguros de crédito aportan liquidez a los mercados y desarrollan dicha función desde hace ya unos 700 años. Este sistema es absolutamente necesario para que las pymes puedan participar en los negocios internacionales. Desde un punto de vista institucional, el sistema de seguros de crédito es muy relevante.

El gran esfuerzo de las pymes españolas ha resultado en un balance de comercio positivo en 2013, algo que no pasaba desde hace 30 años. ¿Cree que eso demuestra que España va en la buena dirección?

La realidad es que España tiene un sistema político muy arcaico en lo que respecta a las coaliciones que se forman. Su sistema económico necesita urgentemente una reforma. La decisión de admitir a España en la Unión Europea fue precipitada. No obstante, el dinero transferido fue un alivio para las instituciones y la economía españolas. Pero también obstaculizó el cambio y consolidó el poder de los políticos que obtuvieron una cantidad de fondos para administrar y controlar, en un entorno de ausencia de competitividad política. Los políticos no se sintieron obligados a tomar decisiones complejas. Tanto España como Grecia pagan ahora las consecuencias de esa situación.

¿Cómo ve el mundo en 20, 50 ó 100 años?

Soy prudentemente optimista. Una vez que determinadas ideas en torno a los derechos, la inclusión y la participación se hayan difundido por el mundo, será complicado dar marcha atrás. Hoy observamos un auge en África debido a sus recursos naturales, pero también a que algunas naciones están lenta y firmemente mejorando sus instituciones. Hay más democracias en África. Algunas de las peores instituciones económicas —relacionadas con las juntas de comercialización, el control estatal de la economía, la corrupción y las prohibiciones de ciertos negocios— se van eliminando en ciertos lugares. La inestabilidad política continúa en África central, Mali, Somalia y Zimbabue, pero también existe el cambio.

En su libro, Robinson y usted estudian los vínculos entre el avance de las naciones y los periodos de ‘destrucción creativa’, en los que nuevas tecnologías reemplazan a las antiguas, se producen transformaciones económicas y las instituciones se adaptan. ¿Qué relación guarda la destrucción creativa con la crisis económica de 2008?

Las nuevas tecnologías intensifican la susceptibilidad en una variedad de ámbitos. Pensemos en el auge de China. Sin el desarrollo de las Tecnologías de la Información y la Comunicación [TIC], que han facilitado el offshoring [externalización] y la transferencia de tecnología a este país, no habrían tenido lugar los déficits en los balances de muchos otros, en particular los Estados Unidos. Sin esas mejoras tecnológicas probablemente tampoco habría sido posible una financiación tan sofisticada.

La destrucción creativa ocurre de manera constante en la economía estadounidense: literalmente, se suprimen y se crean millones de empleos todos los años, aún en medio de una recesión de los sectores industrial y de servicios. Pero creo que son las implicaciones más amplias y globales de algunos de estos nuevos desarrollos tecnológicos las que han contribuido de manera relevante a la crisis.

China, según su análisis, no está en disposición de alcanzar el nivel de prosperidad conseguida por países históricamente ricos como los Estados Unidos, Inglaterra, Francia y Alemania. ¿Cuáles son los factores restrictivos sobre el crecimiento chino?

Los líderes chinos actuales llegaron con una agenda de reformas, pero en lo sustancial siguen siendo de línea dura. Intentan reprimir cualquier discrepancia y creo que la censura ha crecido. El partido comunista que gobierna se ha definido por su estabilidad y sus jefes son muy reacios a los cambios rápidos.

Sin embargo, China necesita esas transformaciones para seguir su trayectoria de crecimiento. Llegará a un punto crítico cuando no pueda seguir avanzando sobre la base de la tecnología importada y necesite innovar e idear productos nicho, tecnologías y procesos especializados. Las cosas se irán poniendo gradualmente más difíciles para China en los próximos 15 ó 20 años.

De hecho, las economías emergentes sufren una repentina desaceleración. ¿Cómo se explica ese fenómeno a partir de su teoría?

Brasil es digno de elogio porque es un gran ejemplo de cómo una coalición amplia puede conformar y cambiar las instituciones políticas de un país. Como resultado de ello ha podido transformar sus instituciones económicas y sus sistemas educativo y de salud han mejorado enormemente. Pero la administración pública es todavía muy ineficiente y el Estado continúa interviniendo en la economía debido a la abundancia de petróleo y otros recursos naturales, como la soja. En este ámbito no se han producido reformas. Puede que fuera inevitable que el partido obrero descartara hacer ese tipo de reformas y quizá el pluralismo político las facilite. Brasil aprovechó el boom de los recursos naturales, ahora su desafío es buscar otros factores de crecimiento y eso, por supuesto, es más difícil.

El rol crítico que desempeñan las instituciones en la generación de riqueza y el progreso de las naciones puede ser de tipo inclusivo cuando benefician a la población en general o extractivo cuando gratifican a una élite a expensas de los demás. ¿Cómo podemos avanzar hacia un sistema mundial más igualitario?

La reforma de las instituciones es clave para un cambio factible o viable. Por ejemplo, en Ruanda, el estado de las instituciones ha mejorado con respecto a la década de los 90 del siglo XX, pero en el país no se ha producido una reforma institucional en profundidad.

Las cosas van mejor porque se está dando un tipo de crecimiento que llamamos extractivo, bajo un líder muy fuerte, que sin embargo no se traducirá en un crecimiento viable a largo plazo. En España tampoco ha tenido lugar una reforma institucional de calado.

No podemos decir que las instituciones sean horribles, pero sí que han existido problemas. El país atravesó un boom algo distorsionado y, ahora, la economía paga las consecuencias.

¿Es el cambio de las instituciones un proceso necesariamente lento o puede acelerarse?

Diría que el modo británico a partir de la Revolución Gloriosa de 1688, caracterizado por el consenso y el compromiso, es el más sano. A veces, este camino no es posible. Pienso en Egipto y Siria, por ejemplo. Quizás en el primero lo hubiera sido si las fuerzas del orden y Mubarak hubieran reaccionado de otra manera. En Europa, evidentemente, el compromiso es clave. Cuando el cambio es paulatino, el resultado final depende en realidad de las alianzas que se produzcan y, obviamente, de los líderes. Lo ideal sería trazar una ruta, en la que determinados segmentos de la población alcanzan compromisos para poder llevar a cabo a la vez diversas reformas significativas. El resultado sería de un alto impacto transformativo. En el caso español, decíamos, resulta imprescindible reformar el mercado laboral, aunque muchos grupos sociales no se vayan a mostrar en absoluto entusiasmados. También es necesario hallar una solución duradera al problema de los nacionalismos, que crea tanta inestabilidad y hostilidad innecesarias en el país. Y quedan pendientes reformas importantes en el sector bancario. Del mismo modo, un cambio radical del entorno económico europeo sería importante para España.

Una cosa está clara: cuando la gente sufre, las preguntas se plantean con más urgencia y son de mayor relevancia.

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