¿Cómo cree que evolucionará la economía en 2019?
Más o menos de manera parecida al año 2018, aunque empezará a notarse un poco la desaceleración económica que parecen indicar algunos indicadores internacionales.
En esta línea, ¿cuándo cree que podría producirse una nueva recesión?
Solo sabemos que en algún momento habrá una nueva recesión, pero el momento preciso de cuándo se va a producir ni yo ni nadie lo sabe. Si alguien dice que lo sabe con certeza, que muestre su cuenta corriente cuando ocurra, debería ser uno de los hombres más ricos del planeta. Si no lo es, estaría mintiendo… A este respecto, creo pertinente la frase del economista John Kenneth Galbraith: “hay dos tipos de pronosticadores: los que no saben y los que no saben que no saben”.
A su juicio, ¿qué hechos marcarán en mayor medida el comercio internacional en 2019?
Difícil saber cuáles serán. Hay muchos riesgos potenciales como la nueva ola de proteccionismo, agravada por la posible guerra comercial entre Estados Unidos y China, el Brexit o la retirada de estímulos monetarios que, sin duda, son preocupantes.
Además de profesor universitario, usted es subdirector de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada. ¿Qué preocupaciones se derivan de los últimos estudios realizados por Fedea?
Creo que el principal problema de la economía española es que llevamos desde el año 2012 sin implementar una sola reforma estructural modernizadora. Son siete años sin hacer nada. España no puede permitirse estar más tiempo sin hacer reformas cuando tenemos una precariedad laboral intolerable, claras señales de falta de competencia en algunos sectores, un déficit púbico estructural con un sistema impositivo ineficiente, un sistema educativo claramente mejorable, un sistema de financiación autonómico sin corresponsabilidad fiscal o un sistema de pensiones sin adaptar a la nueva realidad demográfica, entre otras cosas.
¿Qué factores introduciría en las pensiones españolas para que el sistema sea sostenible?
Es indudable que tenemos que adaptar nuestro sistema de pensiones a la nueva realidad demográfica, donde la longevidad no para de crecer. Que aumente la longevidad es una muy buena noticia, sin duda. La solución es fácil. El problema es que políticamente es muy complicado implementarla, pues siempre está la tentación de sacar provecho político de oponerte a cualquier reforma. Por esto, pienso que la solución pasa, como en otras tantas materias como la educación, por un gran pacto político para solucionar el problema.
Pero, ¿qué reforma de pensiones concreta propone?
Si queremos seguir apostando por la contributividad, en este caso creo que habría que reformar nuestro sistema de pensiones contributivo de reparto hacia un nuevo sistema, también de reparto, pero de cuentas nacionales. Esta es una transición que han hecho ya otros países con sistemas contributivos como el nuestro, es el camino natural. Este nuevo sistema, con tasas de sustitución más bajas, se aplicará únicamente a las futuras generaciones. Pero durante la transición, para que el coste del ajuste se reparta entre las distintas generaciones, probablemente será necesario no solo dotar de algo más de ingresos al sistema, sino también que en algunos periodos, seguramente en épocas de crisis económica, no todas las pensiones se actualicen con el IPC. Por supuesto, en este último caso se debería establecer un limite máximo en cuanto la pérdida en términos de poder adquisitivo que una pensión puede llegar a sufrir y en ningún caso se debería permitir que las pensiones mínimas experimentaran perdidas de poder adquisitivo.
¿Qué cambios introduciría en el mercado laboral? ¿Es partidario de eliminar la reforma de 2012?
La reforma laboral de 2012 tenia medidas buenas como la descentralización de la negociación colectiva, dando prioridad a los convenios de empresa; medidas mejorables como dar demasiado poder al empresario en la fijación de las condiciones laborales como el salario; y medidas sorprendentemente ausentes como la lucha contra la precariedad laboral. En temas laborales, habría que enmendar algunas cosas y, sobre todo, tomarse en serio la precariedad laboral. La alta rotación laboral es un autentico freno para la productividad de la economía, pues elimina todos los incentivos a invertir en el capital humano de los trabajadores. Y tampoco nos podemos extrañar de que el país industrializado con mayor precariedad laboral sea el que tiene la tasa de fecundidad más baja, con apenas 1,3 hijos por mujer en edad fértil. ¿Quién se plantea tener un hijo cuando no se tiene la mínima estabilidad laboral?
Y, ¿qué haría para acabar con la precariedad laboral?
España tiene un mercado laboral con unos efectos calendario que van más allá de cualquier lógica económica. El abuso de la contratación temporal es tal que creamos empleo neto los lunes para destruirlo los viernes. Pero mientras seguimos pensando en cómo luchar contra la dualidad tradicional entre empleo temporal e indefinido, en la nueva economía digital han surgido nuevas formas de empleo, aun más precarias como el falso autónomo. En mi opinión habría que actuar en dos dimensiones. Primero, en unificar los contratos indefinidos y temporales, pues en esta nueva economía no tiene ningún sentido tal distinción. A este respecto, desde el mundo académico se ha lanzado una idea que parece idónea para ello: un contrato único con indemnización por despido creciente con la antigüedad, con la consiguiente eliminación de los contratos temporales. En segundo lugar, unificar los derechos en cuanto a protección social que tienen los contratos laborales tradicionales con las nuevas formas de empleo. Por ejemplo, no tiene sentido la actual figura del “autónomo dependiente” y habría que revisarla o eliminarla. Pensar en la forma de unificar derechos laborales entre todas las formas de empleo que permite la economía digital y las tradicionales será probablemente, en los próximos años, el tema estrella entre los expertos de la economía laboral.