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La Administración Trump ha decidido conceder a China la tregua de 90 días que desestimó inicialmente y entablar negociaciones bilaterales con Pekín. Se abre una batalla geoestratégica entre las dos superpotencias.
El encuentro chino-americano de Suiza abrió una vía negociadora que, sin embargo, no debería considerarse el preludio de una Pax Comercial entre Washington y Pekín. Ni el epitafio del Día de la Liberación Arancelaria que proclamó Donald Trump el pasado 2 de abril. La escalada sigue su curso. Tan sólo se ha tomado una pausa, de 90 días, obligada seguramente por la estampida de flujos comerciales chinos hacia el principal mercado mundial y las fugas de capitales de Wall Street. Pero persiste el alto voltaje en el entramado económico, financiero y empresarial y en el orden geopolítico, que dificulta un mínimo consenso multilateral, imprescindible para devolver una cierta estabilidad al proceso de globalización.
Aunque Ginebra ofreció una declaración mutua de buenas intenciones para rebajar del 145% al 30% los aranceles americanos, y del 125% al 10% los chinos, el compás de espera puede registrar meses, incluso años, de negociación. Desde el European Council on Foreign Relations (ECFR), un think tank paneuropeísta, recuerdan que, en la disputa comercial entre ambas superpotencias de 2018, el diálogo bilateral se llevó dos largos años, hasta el final de la primera legislatura de Trump, sin resultados fructíferos. Ahora, es como “si se hubiera vuelto al punto de partida, aunque con China en posesión de mucho mejores cartas diplomáticas con las que jugar que hace siete años”.
Desde luego, el consenso del mercado se decanta por una hipotética conciliación de intereses que dejarían los aranceles ahora suspendidos en el 54% en el caso de Estados Unidos y en el 34% por parte de China. Pero alertan: esas barreras aduaneras implican una amenaza latente de decoupling.
Porque, de hecho, Washington y Pekín siguen velando sus armas para una guerra comercial que nadie parece desear. La ofensiva arancelaria americana aduce razones de seguridad nacional y ha distanciado tanto a aliados como a rivales competitivos de Estados Unidos. Hasta el punto de romper con los valores del libre mercado de bienes, servicios y capitales que la Casa Blanca se ha afanado en impulsar en el último medio siglo en defensa de la globalización bajo la justificación de suturar un déficit comercial que achaca, sobre todo, a China. La versión Trump 2.0 parece por momentos renunciar al sistema que auspició e instauró tras la Segunda Guerra Mundial y que culminó con los Acuerdos GATT y la creación de la OMC en 1995.
Por su parte, China, que irrumpió con una fuerza inusitada en la globalización con su adhesión en 2001 a esta institución, ha pasado a ser el rival geoestratégico de Estados Unidos, siendo una economía a la usanza de las potencias industrializadas que favorece la demanda interna. Eso sí, sin renunciar a la gran musculatura de su sector exterior, que todavía le reporta pingües beneficios. A juzgar por los 295.400 millones de dólares de excedente a su favor en la balanza comercial con la Casa Blanca en 2024, tras rozar el medio billón de ventas al mercado americano.
Pero ¿son los productos made in China una amenaza mundial? Trump no tiene reparos en alertar que “inundan los mercados, deterioran industrias y ponen en riesgo la seguridad nacional y las economías”. En cambio, el tono de su homólogo Xi Jinping es más conciliador. Habla en términos multilaterales y defiende, al menos oficialmente, las pautas que todavía rigen en el orden global.
Es la Diplomacia Panda, sosegada, pero proactiva, que sigue a pies juntillas el lema oficial de que China. La solución que Pekín usa como como estandarte de su acción exterior y que contrasta con la impulsividad del actual inquilino del Despacho Oval, cuya política económica -convienen en destacar los analistas- resulta “agresiva, caótica y errática”.
El tacticismo geoestratégico de China
Pekín guardó inicialmente silencio a las pretensiones de Trump cuando tomó posesión del cargo. Pero llevaba meses preparando el terreno del desembarco del líder republicano en Washington. En otoño, pergeñó un estímulo de 586.000 millones de dólares para espolear un PIB sumido en cotas inferiores al objetivo del 5% en el trienio 2022-24, y en febrero, amplió aún más el alcance de su bazuca fiscal, hasta los 800.000 millones, el tamaño del PIB de Taiwán. Para utilizar en caso de emergencia. Solo con su anuncio, las fugas de capital del pasado año desde las bolsas chinas -esencialmente, la de Hong-Kong- se amortiguaron y en el primer trimestre de 2025, han tenido un papel estelar, junto a las europeas, en un sorprendente tránsito inversor, arrastrado por las huidas de Wall Street.
Desde la toma de posesión de Donald Trump, el índice S&P 500 de las mayores empresas estadounidenses ha retrocedido un 9% en los cuatro primeros meses de 2025 y el Nasdaq, casi un 15%, con las bigtechs norteamericanas -Alphabet, Apple, Nvidia y el resto de los conocidos como los Siete Magníficos: Microsoft, Meta, Amazon y Tesla- perdiendo más de la cuarta parte de su valor conjunto.
Este enrarecido clima inversor ha desatado una tormenta de volatilidad que ha devaluado hasta el dólar, alterado el mercado de bonos del Tesoro y devuelto al oro a su esplendor como valor refugio. Por su parte, el régimen de Pekín confía en la convulsión de los mercados y el rechazo global a los aranceles trumpistas para torcer el brazo del mandatario americano. Jinping abre la mano a la negociación, pero sin dejarse “intimidad” y sin permitir un diálogo que “solo exija imposiciones”, advierte.
Mientras, su diplomacia busca sumar adhesiones internacionales. “EEUU, que se ha beneficiado enormemente del libre comercio, llega ahora al extremo de emplear aranceles como moneda de cambio para exigir precios exorbitantes a todos los países”, declaró el ministro de Exteriores, Wang Yi, antes de espetar: “sabemos la fórmula para defendernos”. Para empezar, están ejecutando leyes para proteger a empresas privadas del huracán arancelario, con vigencia desde el 20 de mayo, que incluye igualdad de trato con firmas estatales, y la prohibición de multas y sanciones excesivas, lo que concede a todo su tejido empresarial igualdad de acceso a los mercados, a la inversión y al apoyo financiero estatal a la innovación y a la tecnología.
Jinping ha cuidado especialmente a las compañías chinas desde el retorno de Trump al Despacho Oval, así como a sus fábricas manufactureras, que han sufrido los desplomes más agudos por la política arancelaria estadounidense.
Un gigante sin pies de barro
“China es demasiado grande para pensar que se puede desmantelar como un castillo de naipes”, alerta Mary Lovely, profesora de economía en la Universidad de Syracuse. En este segundo asalto, China “ha engrosado su arsenal de armas comerciales defensivas”, dice. Ya no son salvas de advertencia. Jinping promete diálogo abierto “ante un posible, pero improbable acuerdo, al menos a corto plazo”. Mientras intensifica otras salvaguardas invocando, como Washington, a la seguridad nacional, como sus vetos a exportar a Estados Unidos chips, por ejemplo.
Por su parte, China ordenó abrir investigaciones antimonopolio sobre Google y sopesa emprender pesquisas judiciales contra Intel, el otro gran fabricante norteamericano de circuitos integrados que tiene a China como su principal mercado exterior.
Esta hostilidad comercial entre ambas superpotencias apunta a una amenaza real de decoupling. “Lo difícil, más que apostar por la ruptura en bloques, es poner fecha a esta predicción y facilitar probabilidades de ruptura del ensamblaje globalizador”, enfatiza Richard Tang, de Julius Baer.
La lectira predictiva
El fantasma del ‘decoupling’ se instala en el orden mundial
“Los cauces entre EEUU y China siguen aparentemente abiertos para el diálogo, pero dentro de un contexto de guerra abierta en el orden económico y geoestratégico, por lo que las ilusiones de un acuerdo duradero pueden enterrarse de lleno”, señala Arthur Kroeber, socio de Gavekal Dragonomics, firma de consultoría de Asuntos Públicos que opera en las dos superpotencias. Este cuadro de mando significa que “Trump se ha comprometido con culminar los intercambios entre ambas naciones”.
La opinión del experto
Nathan Sheets, analista del Servicio de Estudios de Citigroup
“Hay lecturas estables y de solidez de la actividad” en China, pese a “los vientos comerciales huracanados” procedentes de EEUU, como se constata, por ejemplo, en su sector exterior, que registró ventas en los dos primeros meses de 540.000 millones de dólares, récord en una sucesión bimestral, dirigidos preferentemente a sus vecinos de la Asean y a la UE. La economía china ha superado la cota del 5% de dinamismo entre enero y marzo, si bien Natixis o Goldman Sachs auguran su ralentización a una horquilla entre el 4,2% y el 4,7% por las tarifas estadounidenses. Por contra, el PIB americano se contrajo 3 décimas y da credibilidad al pronóstico de JP Morgan de un 60% de opciones de que entre en recesión técnica este año.
En contexto
La Espada de Damocles de la inflación pende sobre EEUU
Xi Jinping no abandona el frente multilateral y ha decidido denunciar las subidas tarifarias de EEUU ante la OMC por “imposición unilateral y daños al espíritu del libre comercio”. Su maniobra se enmarca dentro del intento de disuadir a Donald Trump con el argumento de que serán los propios aranceles de la Casa Blanca los que acabarán por infligir dolor inflacionista a los consumidores de EEUU. Esta tesis la suscriben expertos como Warwick McKibbin y Marcus Noland, del Instituto Peterson de Economía Internacional, que calculan que solo los gravámenes del 10% iniciales costarían a la economía estadounidense más de 100.000 millones de dólares entre 2025 y 2040; incluso sin represalias chinas.
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