El retorno de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos tendrá significativos efectos sobre la Unión Europea. El comercio y sus subidas arancelarias, la fiscalidad y la atracción de inversiones, las regulaciones y sus disrupciones competitivas, la seguridad, con la OTAN en el punto de mira, o el orden geopolítico volverán a la agenda estratégica de Bruselas. Con su locomotora alemana gripada, la imposición de tarifas a bienes made in UE restará dinamismo al ya anémico PIB europeo, importará inflación y ensanchará la brecha productiva transatlántica.

Sin duda, un asunto crucial será el viraje respecto a la guerra de Ucrania y las sanciones occidentales sobre la economía rusa, además de la factura de gastos militares de los socios de la Alianza Atlántica pese a la anemia económica, las recomendaciones de disciplina fiscal para atender la desmesurada deuda global, y los informes sobre la necesidad imperiosa de que la Unión Europea eleve la productividad para arrebatar competitividad a Estados Unidos y China.

La gran fuente de preocupación europea es el alza de los aranceles a productos y servicios europeos, a la espera de si la tarifa es del 10% o del 20% que se baraja para importaciones fuera de la órbita china. De ser la más baja, restaría directamente un punto al PIB europeo, alerta Jari Stehn, economista jefe para Europa de Goldman Sachs, para quien, incluso “si finalmente no las impusiese, los cuellos de botella en la pasarela comercial transatlántica pasarán factura a los sectores exteriores europeos”. El veto a ciertas partidas agrícolas -aceitunas, vinos o quesos- tuvieron en vilo a las firmas exportadoras mediterráneas del sector; en especial, a las españolas. El Banco de España eleva el retroceso del PIB comunitario a tres puntos. La OMC se mantiene en un limbo ejecutivo al que la condenó Trump durante su primer mandato. El libre tránsito de mercancías no está asegurado.
 

Potenciales pérdidas de entrada al mercado estadounidense

Fuentes oficiales comunitarias han valorado ya en 150.000 millones de euros anuales la pérdida de ventas directas a Estados Unidos, sin contar con daños colaterales de la guerra comercial abierta entre Washington y Beijín, a cuyas rúbricas de mercancías impondrá unos aranceles  del 60%. El gigante asiático ha sido identificado por la renovada táctica diplomática europea como “rival geoestratégico global” y va a soportar aranceles a sus vehículos eléctricos tras ser identificados por Bruselas como industria con “sobreproducción” y generadora de dumping de precios. Pero, “a diferencia de Estados Unidos”, avisa Aslak Berg, del Centre for European Reform (CER) “Europa solo quiere un de-risk con China, no un decoupling para combatir su desventaja y varios socios, entre ellos Alemania, no observan a Beijín como un riesgo comercial que requiera represalias contundentes”.

En paralelo, Bruselas ha elaborado una lista de productos americanos sobre los que incrementar aranceles, en caso de que la esperada reacción de Washington sea demasiado agresiva, mientras tratará de reactivar el Consejo de Comercio y Tecnología (TTC) sobre seguridad digital e IA que ha funcionado correctamente bajo la Administración Biden y que sustituyó al TTIP, el tratado comercial que quedó moribundo en 2016 por decisión de Trump, durante cuyo primer mandato Europa gravó como respuesta las tarifas de entrada del bourbon, yates y Harley Davidson made in US. En la capital comunitaria advierten que se levarían por encima del 50%, pero siempre buscando la excepcionalidad.

No en vano, Estados Unidos absorbió en 2023 el 16% de las exportaciones de la zona del euro, cuatro puntos por encima del porcentaje de 2012, y el 22% de sus servicios al exterior, otros cuatro puntos más que en 2014 y entre ambas orillas del Atlántico se movilizan cada año un billón de euros de flujos de mercancías y capitales.

El principal mercado del mundo es también el gran cliente de industrias como las del automóvil, las farmacéuticas o los bienes de lujo europeos así que cualquier repunte tarifario provocaría un agujero sobre la producción de empresas y sectores sensibles. Por ejemplo, para el despegue de la actividad en Alemania, con una economía y un segmento manufacturero en parálisis.

La lectura predictiva

Negociación táctica … ya no importa el déficit comercial

En el primer mandato de Donald Trump, las batallas arancelarias obedecían, según su relato, al insostenible desequilibrio en la balanza comercial estadounidense. Ahora, sin embargo, el próximo inquilino de la Casa Blanca ya no contempla la corrección del déficit como un desafío ineludible. Su intención es la negociación táctica. Así lo manifestó como réplica a los economistas que ven en su estrategia efectos contraproducentes para la coyuntura americana. Entre otros, que fortalecerá el dólar frente a los deseos del propio Trump de debilitar el billete verde para mejorar la competitividad exterior, que no impulsará la producción en un país con pleno empleo y que, en cambio, los aranceles altos reducirán la capacidad de suministrar desde el exterior la demanda de manufacturas y materias primas de la industria americana y mermará el capital de sectores que operan en mercados abiertos. Además de importar inflación, el fantasma que agitó durante la campaña electoral en el terreno económico.

La opinión del experto

Uri Dadush, investigador del Instituto Bruegel

“La UE debe abordar cuidadosamente cualquier negociación comercial con Donald Trump; con paciencia, porque algunos tratados bilaterales, como el TTIP, exigieron 15 rondas y más de 3 años de diálogo amistoso, hasta 2016, pero mostrando resistencia a las demandas republicanas, lo que requerirá superar las divisiones y dudas internas porque no puede abordar dos guerras arancelarias, con EEUU y China, al mismo tiempo”

En contexto

La hegemonía tecnológica y de los chips entra en juego

Los mayores controles al comercio por parte de Estados Unidos podrían debilitar la posición de firmas como la holandesa ASML, la gran fábrica de chips europea, que exporta a China, mercado al que considera como prioritario en su cartera internacional; sobre todo, por la protección que la Casa Blanca seguirá aplicando a sus compañías de circuitos integrados de alta gama para abastecer los avances de la IA y el Big Data.

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