La consultora McKinsey apunta en un reciente informe a una transformación a marchas forzadas de la geometría del comercio en el orden global que gira en torno a cinco ejes:  

Primero, el comercio global se está desconcentrando geopolíticamente. Aunque casi el 20% de los bienes transitan entre economías distantes, el 40% son productos que se localizan en espacios geográficos concretos y alguno procede de mercados que monopolizan hasta el 90% de las ventas como las del hierro o los portátiles. 

Segundo, la reconfiguración del comercio está ya en marcha. Desde 2017, Estados Unidos, China, Alemania o Reino Unido han reducido la distancia geopolítica de su comercio entre un 4% y un 10%. En el caso estadounidense, con una intensa diversificación del sector exterior. En contraste, los socios de Asean, Brasil o India han globalizado sus ventas y ampliado el espectro de sus clientes.

Tercero, el rango de las inversiones se amplía a activos verdes. Una tendencia que ha logrado rediseñar, por ejemplo, rutas hacia países en desarrollo, sobre todo africanos, donde estos capitales han aumentado un 60% respecto a sus niveles prepandémicos.  

Cuarto, el futuro exige reducir las distancias geopolíticas e incrementar las concentraciones del comercio. Es decir, demanda suministradores aliados que acaparen la demanda y permitan difuminar la dependencia que determinados sectores exteriores tienen de algunos mercados conflictivos. El exceso de concentración eleva un 13% el precio promedio de los bienes transfronterizos en todo el mundo y añaden otro 3% más al gasto de los consumidores por riesgos geopolíticos.

Quinto, los ejecutivos deben posicionar a sus empresas exportadoras a esta incertidumbre. Y cultivar una cultura de la anticipación y de la adaptación planificada a los mutantes escenarios globales, desarrollando acciones de estrategia corporativa con suficiente músculo geopolítico y habilidad para abrazar la cooperación, por compleja que sea, para conectarse a la globalización con todas sus variantes.

     

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